domingo, agosto 31, 2008

cosas del cuerpo_watanabe

Sigo con Perú interviniendo en ese extraño órgano cuya función es el deleite poético. Sigue este ojo viéndose asimismo y convenciéndose que la misión es fluidificarse en palabras que empapan a extraños voluntarios, ávidos de hacerse uno a través de la emoción. Y ahí estaba Watanabe, esta vez no fue Cisneros ni Vallejo, es José el poeta que remece el cuerpo interior con sus versos.

Abrí esa ventana, sensible, poderosa, que enmarca el mundo posible aunque parezca lejano. Tirité de frío y sentí el cuerpo adolorido. Era la transformación, era salirse de la cáscara y trasuntar de un lado a otro sin mediar tiempo ni dimensión.

Y qué lejos te vi. A cuánta distancia te me quedaste. Y yo iba y venía mientras tú solo alcanzabas a mirar el suelo. Te sonrío, te canto y vuelo, y en el instante que el cuerpo se me desmenuza, se hace aire y se transporta suspendido por el universo tú recién abres un ojo y bostezas.

José, que compartes apellido con Toru Watanabe, el entrañable personaje de Murakami en Tokio blues, lograste estremecerme hasta la médula, fue como si una mano mágica se introdujera en mi boca sorprendida, hasta las vísceras, y me diera vuelta para verme por el revés.


Animal de Invierno (José Watanabe)


Otra vez es tiempo de ir a la montaña
a buscar una cueva para hibernar.

Voy sin mentirme: la montaña no es madre, sus cuevas
son como huevos vacíos donde recojo mi carne
y olvido.
Nuevamente veré en las faldas del macizo
vetas minerales como nervios petrificados, tal vez
en tiempos remotos fueron recorridos
por escalofríos de criatura viva.
Hoy, después de millones de años, la montaña
está fuera del tiempo, y no sabe
cómo es nuestra vida
ni cómo acaba.

Allí está, hermosa e inocente entre la neblina, y yo entro
en su perfecta indiferencia
y me ovillo entregado a la idea de ser de otra sustancia.

He venido por enésima vez a fingir mi resurrección.
En este mundo pétreo
nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo
y me tocaré
y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña
sabré
que aún no soy la montaña.

(de Cosas del cuerpo, 1999)











El guardián del hielo (José Watanabe)

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.

Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tanían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.

La primera operación de tu insomnio
es un juego de los tiempos: te revisas
y confirmas
que ni tus manos ni tus pies
se han desprendido como colas de lagartija.
Todo tu cuerpo sigue amarrado dentro de tu piel


El ojo (José Watanabe)

La otra operación de tu insomnio
no te es accesible. Es del ojo
interior
que navega dentro de tu carne. Es el ojo
que te recorre
y observa cada uno de tus órganos
y se guarda el secreto.

El ojo ha nacido contigo
para fisgar tu lento desastre, ninguna otra cosa
sabe de ti, ignora si vives en esta ciudad
o en otra, no conoce el papel donde escribes
sobre su perversidad
y tal vez no conoce la perversidad. Él sólo sabe
de tu adentro.

Pronto se acabará esta noche con su estrella compasiva
en la ventana
y tampoco hoy sabrás
si el ojo que viaja por tus confines
es el ojo de Dios que observa maravillado
a cada órgano
haciendo incansablemente y todavía lo suyo
o si es el indiferente pero acucioso ojo de la nada.

(de Cosas del cuerpo, 1999)

Y a propósito de ventanas, pienso en una que enmarca un cuerpo peciolado y que se despliega a mi mundo como un amanecer. Para escuchar pincha aquí.


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