Hombres impíos
A riesgo de ser sindicado de blasfemo y perseguidor, no en vano me llamo Pablo y suelo caerme del caballo ante una voz divina, comparto con ustedes, rebaño del señor, una bien focalizada y concentrada supuración de mi fe. Perdonen, los militantes, el agravio de este humilde siervo de si mismo, consciente de la soledad más infinita y esencial que el exilio del paraíso pudo dejarnos, pero que lejos de amilanarnos sobre la arena del gran coliseo, diminutos e insignificantes, le guapeamos cada mañana seis veces a la semana.

Hombres impíos, culpan a Dios de sus desventuras autocumplidas, total todas ellas caen inexorablemente en un saco roto.
Agrúpense individuos y escondan su desviación en militancias paganas, parecidas a las religiones que lejos están de conducirlos al encuentro trascendente, sino más bien a la firma de una paz de papel y tinta después de enterrar a sus fieles asesinados en nombre de dios.
Creen en un dios comestible, digerible y excretable,
y celebran la necrofilia vestidos de gala para la ocasión,
fastuosas telas componen el velo dogmático que los viste.
¡Desenmascaren a Dios!,
probablemente se encuentren con la cara de un hombre obeso.