sábado, agosto 16, 2008

Lima vale un Perú


Hace ya quince soles que crucé el puente de los suspiros para arribar a la tierra de los adoradores del mar. La razón era un viaje a la feria del libro de Lima. La emoción era vivir un episodio de esta vida insubordinada que se me expresa a la menor inconciencia. El causar del destino me invistió como representante de Magoeditores para la presentación de la Antología de poesía y narrativa chilena donde además hay seleccionados algunos textos de mi autoría. Allí, ante un centenar de personas, un día domingo de cierre y algarabía, y con más temeridad que hidalguía, perpetré mi atentado celeste. Antes y en el silencio más sagrado saludé a mis predecesores Rojas, Edwards, Lemebel, Fuguet, Zambra, y hasta el mismísimo Vargas Llosa, que sentados allí, en una silla similar, habían marcado el pulso mágico de la escritura, de cara a esa Lima ávida y sorprendente. Leí, leí y metaleí extractos de la antología, incluido mis textos, terminé con mi -ya amado- “moriré adicto junto a Vallejo”. El estruendo creciente que empezó a tensionar mi pecho era el cariño, respeto y atención de ese pueblo tan cercano pero desconocido. Limeños corrientes, amantes indeliberados de la poesía, sin amagos de soberbia ni atavismos históricos, compartieron generosamente conmigo la levitación del verso enamorado, lúdico y terrible de las plumas nacionales.

Qué extraño, pero que suculento manjar fue jugar este nuevo rol. Cuántas veces he compartido estrados hablado de tanta cosa mundana, seguro de mí mismo, como la trayectoria que un orador más voluntarista y visceral puede tener; sin embargo, esta vez era el vate emergente y desconocido, el bardo extranjero recibido con sencillos laureles y sin mediar parafernalia y presea, solo por el hecho de ser... si es que ser puede catalogarse como un hecho. Fui porque me sentí el rapsoda cuya voz entonó colores por primera vez fuera de Chile y que pese al relato manifiestamente dolorígeno solo se atestó de gozo y delectación.

Así terminé mi alocución, con este poema parido al alero de Vallejo el peruano muerto en Paris en día jueves y lluvia.

Moriré adicto junto a Vallejo

Para un adicto como yo,
Vallejo satisface mi privación…
siempre en silencio,
porque las palabras suicidas
se esconden y ahogan
en el líquido que soy.

Una sola vez, poco tiempo atrás,
lo leí a viva voz, contento, presentándoselo,
pero como un designio abyecto e irónico,
solo sirvió para asesinar a la voz…
ahí yaceré sepultado junto al poeta,
un día después y cada semana.

Todo viernes muerto para resucitar cada lunes,
cada vez con menos fuerza,
toda ella en fuga, desperdiciada en vano,
absorbida por este cáncer cardiaco,
anhelosa e inclemente excrescencia
que me tiene famélico y pulverizado.

César, cada vez que muero te leo,
cada vez que siento los puños cretinos de él
y la mirada pueril de ella, obsecuente,
sobre mi cuerpo desparramado, lívido,
tendido en el suelo, con solo el corazón tumefacto,
y sin que yo haga nada, solo morir y morir…

…cada vez que llueve y no estoy en casa,
cada vez que estoy en casa y no hay nadie,
cada vez que dormido ya no hay tiempo
porque todo se quedó en ese instante,
cuando me dejaste entrar solo un poco
para probarte y hacerme un adicto más.


Quiero agradecer a la suave y misteriosa Lariza Casana, de prensa e imagen de la cámara del libro del Perú, que me facilitó éstas y otras fotos. Ella dejó en vilo una ofrenda: el desierto que nos separa de posibilidades. Hubo también en este recodo del destino una sutil y poderosa alma, Luisa Fernanda Lindo, testigo errante de la estética del mundo interior, me regaló su fascinante libro “postizas” y una encantadora conversación.



Agradecer también las gestiones y acogida de los chilenos Jimena Pizarro de Lila libros y de Cristián Beltrán, agregado cultural; a Germán Coronado editor de Peisa por su caballerosidad y generosidad, y a todo el equipo de la organización de la Feria con quienes compartimos un vinito de clausura en el stand de Chile, que no fue más que la rúbrica de una jornada redonda. Finalmente un saludo para los poetas peruanos Roberto Salazar, Federico Mendo y Kevin Mendo por su afecto y calurosa recepción a mi trabajo.

Antes de postear esto reflexionaba qué podría decirme Salieri, o Fito en este caso (una vez más)... escuché, escuché y metaescuché y me di cuenta que Lima fue un regalo porque nada me importará si es amor... para escuchar pincha aquí

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