sábado, julio 15, 2006

Olor a hospital

Queridos desalmados, amigos de mi enemiga:
Durante mis habituales visitas a los pasajes de la historia
inevitablemente habitados por ustedes,
inspiro un dolor aparentemente olvidado
de cuando era hombre grande y no lloraba.

Sus nombres como una sonda nasofaríngea
me impiden alimentarme como dios manda
y hacen forzosa la espiración de esos ahogos,
esas palabras verdaderas eternamente pendientes
que son los puntos de esta cicatriz mil veces abierta.


Por eso descolgué el retrato múltiple de sus impúdicas sonrisas,
para no golpearme en las venas adoloridas por el antineoplásico.
Por eso detengo la tornamesa de las explicaciones iterativas e insuficientes
y de los juicios incriminatorios a este hombre acusado de ser fuerte,
al culpable de gruñir como un perro amenazado.


Después de la corona de espinas del rey de los ingenuos
y los 39 latigazos recibidos ausente en su presencia.
Después de ese cuchillo en mi cuello que huele familiar,
empuñado por esos rostros tan parecidos a mí,
entro a esa sala de hospital que resguarda fríamente mis yomismos abandonados.

Así como alguna vez tuve que volver a entrar en las frías estructuras del hospital,
y mientras las monótonas e higiénicas paredes trazaban la perspectiva
hasta esa cama de blancas sábanas mil veces usada, mil veces acunadora de la muerte,
la abofetada anfitriona de ese olor familiar, conmemorativo del máximo dolor humano,
ese recuerdo de cáncer negado hasta a esta muerte, cuando los veo en la tribuna desde la arena.


Así fue re-entrar por las grandes alamedas de sus perfectos hogares,
o mejor dicho de sus casas vestidas de domingo.
Así fue el saludo, un beso que bien vale los 30 denarios de plata,
así fue la violencia pasiva de su presencia obligada,
incapaces de compartir la mesa, incapaces de distinguir la ocasión.


Todos ustedes huelen a hospital.
Todos ustedes, que no son muchos aunque sumemos a sus hermanas.
Todos ustedes prefirieron callar para luego señalar con el dedo y olvidar tranquilos.
Todos ustedes amigos de Barrabás, salvar al de su especie les acomoda.
Todos ustedes son implacables y cobardes como Pilatos.
Todos ustedes no perdonan ni a mis amigos ni aceptan mi amor por sus hijos.
Todos ustedes aunque son cuatro gatos alimentan al monstruo de mis pesadillas.
Todos ustedes que son muy pocos y nada tienen que hacer frente a unos cientos.
Todos ustedes huelen a hospital y cada vez que quiero me canulan suero del dolor.

Imagen: Anónimo del Siglo XII: "El beso de Judas"

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