domingo, agosto 13, 2006

¿Qué es un ser humano sin una historia?

Esta tarde de domingo un tanto borrosa por los cristales empañados. Mientras pienso si es producto del tremendo frío que siento afuera o de las tímidas lágrimas que barnizan mis ojos represa, me vuelvo hacia adentro para explorar en los diarios de mi vida. Hablando “en secreto” diría que lo hice sin mayor conciencia, solo empujado por imaginar una respuesta ante tal pregunta sentenciadora y gatilladora. Hoy por la tarde, perturbado con el maravilloso final de Tom Spanbauer (*) me encuentro además de la pregunta del titular con esta otra frase “murieron porque ninguno podía oír otra historia que no fuera la propia”.

Hace unas semanas atrás, algunos sangre de mi sangre, dejaron un par de comentarios. Lo hicieron reactivamente a partir de mis letras afiladas leídas como escritas en un periódico y no como los graffiti en las paredes de un hoyo negro que pudiera abrirles el cielo. Hablaron sobre mi egocentrismo, sobre la amistad reducida al fútbol y a las fogatas, sobre la cáscara de caballero que me he provisto, sobre mi ficticio valor en este sitio y sobre que uso palabras para adornar lo que no existe. Después de limpiar los restos de huevos quebrados, lanzados en las paredes de mi propio hogar, a mi juicio, creo que nuevamente son juicios. Incomprensiones, historias propias habladas en voz alta, gritadas con prepotencia para no escuchar mis gemidos.

Yo tengo mi propia historia. Soy un ser humano. La puedo contar cuantas veces quiero si es que me lo permiten. Si es que se atreven a mirarme de frente, también la pueden leer en mis ojos o bien en mi corazón tatuado en la piel, en el lugar donde debiera estar el de músculo y sangre. Pero para eso deben callar, dejar de espetar la propia alguna vez. Para escucharla no solo deben oír sino que también aceptar que cuando la cuento descubro mi cara pintada y me saco el sombrero de caballero, muestro mis cicatrices en los episodios de rabia y enjugo mis mejillas en los de tristeza, y por sobre todo uso mi fiel compañero el lenguaje, le invento palabras, intento escribir más bien “meta” o “para” poemas y le hago odas a lo que no existe, total es mi historia, escrita más allá del cielo, cuando fui expulsado por un atentado celeste.

(*) “El hombre que se enamoró de la luna” no solo es una novela especial sino que tiene preguntas esenciales sobre la búsqueda eterna de la propia identidad. Esa que se hace sin trazar campos previos de exploración, sino que, sin límites y ojos, se encuentra “afuera en el cobertizo”, bajo el agua o arriba en “Falsa Montaña”. Gracias amigo Mauro por el hermoso obsequio.

Imagen: "hombre mirando a la luna" Rufino Tamayo.

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