viernes, septiembre 21, 2007

Piedra negra sobre una piedra blanca (César Vallejo)

Para un adicto como yo, leer este famoso poema de Vallejo satisfacía mi privación, siempre fue en silencio porque normalmente las palabras suicidas se esconden y ahogan en el líquido que soy. Una sola vez, hace muy poco tiempo, lo leí en voz alta, contento, presentándolo, pero como un designio abyecto solo sirvió para sepultarme junto al poeta, un día después y cada semana. Todo viernes moría para resucitar los lunes, pero cada vez con menos fuerza, porque toda ella estaba en fuga, concentrada en este cáncer cardiaco que me tiene famélico y pulverizado.

Vallejo, cada vez que muero te vuelvo a leer, cada vez que es presente la golpiza de él y ella sin que yo haga nada, cada vez que llueve y no estoy en casa, cada vez que estoy en casa y no hay nadie, cada vez que dormido ya no hay tiempo porque todo se quedó en ese instante, cuando me dejaste entrar solo un poco para probarte y hacerme adicto.

PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
talvez un jueves, como es hoy de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y,
jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

En estas ocasiones escucho esto...

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