lunes, agosto 21, 2006

Y Alejandra Pizarnik espera…


en la morgue, me acerco sin poco temor a ella, a su boca azul que con una débil y Mendiga Voz dice lo siguiente:

Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado
.

En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.

Alejandra, lo que es yo, quisiera desde la lejanía del pedir que aterrizara alguien, de un color tan intenso que ponga un velo sobre mi perspectiva, prefiero celeste no sé por qué… quizá porque me conecta con la idea de cielo y mirada nocturna…

Esta noche he visto
pero no.

Nadie es del color
del deseo más profundo.

Me quedo en silencio. Ya no estamos en la morgue, o quizá sí, pero ella es ahora una dama antigua y yo un juglar, ella está acostada esta vez sobre el césped y yo me le acercó para mirarme reflejado en sus ojos. Ella me susurra con voz poderosa pero retenida, marcando las consonantes y quedándose algunos segundos de más en las vocales…

Como una idiota cruzando la calle tengo miedo, me río, me saludo en el espejo con una sábana hedionda, me corto de raíz, me escupo, me execro. Como una santa acosada por voces angélicas me hundo en la canción de las plagas y me vengo, me renuncio, me silencio, me recuerdo.

Pero de qué te sirven los recuerdos –le digo- para morir bajo tus propias manos, para recordar que es bueno estar muerta y alegrarte de la insensibilidad de ese estado. Qué es la memoria sino el archivo de tu propia sentencia…

Memoria iluminada, galería donde vaga la sombra de lo que espero.
No es verdad que vendrá. No es verdad que no vendrá.

Yo solo sé que es la muerte la única que nos visitará de seguro… y probablemente estaré en tu lugar algún día de éstos… quizá yo ya lo estoy porque para ti el tiempo dejó de avanzar, y todo es nada y todo es siempre. Mientras, para mí, todo está tan lejos como lejos mis sentidos puedan predecir la cercanía.

Una luz, una lámpara,
la lejanía de la noche.
La lejanía de la lejanía
nace de mí, nace con música.

Vivir libre.

En los confines
las arenas,
la soledad,
la divina quietud del sexo.

Libertad de ser sólo ceniza.

Muero en la música de los sexos.

Pongamos música mi querida Alejandra. Somos dos quienes no entendemos y nos odian por no hacerlo. Quiero agradecerte este guiño de vida libre desde el nicho donde se encuentran habitando tus versos mortecinos… y que sin embargo -lo sabes- me llenan de vida.

A modo de tregua

Si no entiendo,
si vuelvo sin entender,
habré sabido qué cosa es
no entender.

Imágenes:

Fotos de Alejandra, mujer en una morgue guatemalteca, diálogo hombre-mujer en una película española, otra imagen hombre-mujer, y finalmente Detalle de Hombre y mujer de Edvard munich (1898).


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