viernes, marzo 02, 2007

Para Campos Cervera, tiempo de amor y soledad; para mí, tiempo de mudanza

Estoy sin Internet porque me cambié de casa y hay toda una entropía que aún no decanta…

No fue misión sencilla distribuir mis pertenencias, algunas con destino al puerto, otras solo se quedaron en la orilla. Es un departamento mucho más pequeño, por lo tanto, tuve que encomendarme a la tarea de deshacerme de “cosas”. Tuve que abrir cajas ya olvidadas y otras escondidas a propósito. Tuve que redescubrir cajitas tan queridas pero tan traidoras a la vez… cortantes, punzantes, estaban llenas de esquirlas y trozos rotos de un pasado encerrado que emergía, evaporándose y entrando por mi nariz hasta las entrañas. Debo confesar que no me esperaba esta sobredosis y menos que me tuviera en las cuerdas. Fotos viejas, arrugadas en las puntas, decoloradas… tan extrañas… amuletos, cuadernos, canciones y dedicatorias… tarjetas, invitaciones y hasta unas copas de champagne encintadas cayeron desde la gaveta más alta, la que está más arriba, cercana al cielo, de aquel cielo del cual no cayó maná sino solo rayos debilitados que no pudieron partirme en dos.

Malherido y habiendo superado la primera batalla vino lo más difícil. De todo esto, qué se debe ir para siempre. Cuál de estas cajitas no merece la pena ocupar un nuevo espacio olvidado en el cajón de mi nueva morada. Algunos capítulos aprendidos por mí me decían que ese desapego tendría final feliz, pero no pude, no fui capaz de mover mi estructura, tomar el coraje, arrugar la cara, abrir el bote de basura y sacudir mis manos asesinas de recuerdos… silencio… silencio… hubo silencio… un silencio que me rescató y me llevó a terrenos del olvido momentáneo, un corte circuito a la sinápsis de la memoria a corto plazo, y cuando desperté, cuando me di cuenta y me pregunté por “aquellas pequeñas cosas”, ya me había ido de la antigua casa… solo sé, por razones que la física elemental me enseñó, que deben permanecer allí, olvidadas por mí. Inconscientemente abandoné mis recuerdos a su suerte, dejé a la deriva las cajitas de cartón…

PS. Igual me guardé las copas y una que otra vieja foto agusanada… (pero no le cuenten a nadie).


Tiempo de amor y soledad (Herib Campos Cervera)

Y he estado nueve noches bajo el abierto cielo,
arañando la tierra, para calmar la sangre,
y adelgazando el grito de mi voz encerrada;
mientras el viento amargo se llevó brizna a brizna
este perfil de sombras de mi cuerpo en tinieblas.

Y luego te he entregado, noche mía, la sangre.
La sangre. Sí: la sangre. La sangre que solloza
por túneles azules su vida equivocada;
la sangre, que no quiere desintegrar su grito,
porque es el fundamento de la Flor y del Canto.

Y luego di mi frente. Tras su mármol tranquilo
vivió el furor del sueño su tormenta diaria,
sin que una sola arruga marcara su oleaje;
ni el pensamiento puro lo anegara en su sombra
al horadar mis sienes su vertical tortura.

Y ahora, son los ojos: los taciturnos ojos,
donde guardaba el alba sus pétalos de estrellas;
los ojos de agua clara, donde iban las gacelas
a buscar mansedumbre para su sed de fuga.

Y también va la piedra, ya muda, de los labios:
los labios ya besados por muertes numerosas.
Y los pies marineros, llagados de caminos;
el corazón ausente y el pecho amanecido.

¿Después? -Después, la mano: la calcinada mano,
marcada en su pecado con un buril de fuego;
la mano que no quiso pagar su duro crimen
de haber asido un sueño con sus garfios de carne.

¿La visteis algún día flotar sobre las cosas,
-pájaro alucinado, que aprisiona en su pico
luciérnagas azules que mueren de su fuego?
Después de nueve noches, sus lirios fatigados
sin memoria y sin nombre- se volvieron recuerdo.

Todo se te reintegra: noche profunda y alta.
La tremenda parábola ya no se apoya en Ti;
y aquel temblor de siglos que me entregaste un día,
aquietó, al fin, por siglos también, su inenarrable,
desesperada angustia de ser humanidad.

Un día, desde el fondo caliente de la tierra
-seno eterno de Madre, que pare su cosecha
con una indiferencia de sexo apaciguado-
saldrá el rosario triste de mis huesos dolidos,
libres ya del espanto de su cárcel de vida.

Y nunca más la dulce canción que dio belleza
al peregrino tránsito por la prisión de piedra;
nunca más el lamento secreto de la flauta
encenderá en la tarde su rústico llamado.

Pero será otra vida. Sí: otra vida. Distinta.
Despojada del largo castigo del recuerdo.
Un árbol o una piedra: algo que mire al Tiempo,
mudo y sordo y sin ojos, por una Eternidad.

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